Pise el palito en el Boston Common (parte 2, fin)
En realidad, tal vez ella estaba dotada con la mezcla perfecta para una persona como yo. Tenía de los dos mundos. Por un lado, era peruana, de modo que compartíamos antecedentes culturales y símbolos que nos daban una complicidad especial frente al resto de la gente. Por otro lado, habiendo crecido en Norteamérica, tenía formas muy de este lado del mundo. Formas que con el tiempo había comenzado a apreciar y valorar en mi relación con la gente.
En suma, era definitivamente alguien de quien me podría enamorar. Y, los síntomas ya habían comenzado. Empezaba a sentir que quería pasar más tiempo con ella.
Mientras caminábamos pensaba en la próxima vez que nos veríamos. Felizmente durante el desayuno ella había propuesto para salir a almorzar el próximo viernes. Lo que me hacía pensar que el interés era mutuo. Estuvimos buen rato barajando posibles restaurantes en Boston para nuestro encuentro y finalmente decidimos por un chino cerca del centro de la ciudad. La acompañé hasta la estación del metro y allí nos despedimos.
Esa semana iba a ser una semana complicada. Era la convención demócrata en Boston. El candidato nominado era John Kerry y se enfrentaba al republicano George Bush en las elecciones. Llegaban alrededor de ciento cincuenta mil personas a la ciudad para la convención. Desde el once de setiembre la seguridad para este tipo de eventos era extrema. El tráfico sería un caos y muchos bostonianos escapaban de la ciudad durante esos días. Mi jefe, por ejemplo, había salido de la ciudad y me dejó libre esa semana.
Conversando con Martín me había enterado que entre los invitados a la convención estaban Alan García y Jorge del Castillo. Faltaban dos días para el almuerzo con Marta, pero pensé que el asunto le interesaría y era una buena excusa para llamarla. De hecho, me había hecho falta conversar con ella.
- No te imaginas. ¿Quiénes crees que vienen a Boston para la convención? – le pregunté entre risas.
Ella, por supuesto, estaba más enterada que yo. En un principio, nos reímos mucho del tema. Estuvimos imaginando las aventuras que Alan y Jorgito tendrían por la ciudad. Luego Marta me confesó tener un pensamiento cercano al de Haya de la Torre. Sin embargo, no se consideraba aprista, pues según ella el APRA se había apartado del pensamiento original de Haya. Yo sabía mucho menos que ella sobre estos temas y ciertamente no me interesaban. Desafortunadamente igual fui víctima de una lección sobre ideología aprista.
- Bueno, no te aburro más – me dijo finalmente. Dándose cuenta, por primera vez, que no me había dado oportunidad de decirle si quería aprender más sobre el tema o al menos de compartir mi paupérrima opinión sobre el mismo con ella.
- No, no me aburres. Sólo que conozco poco sobre el tema. Desde que me fui de Perú no he seguido mucho lo que pasa en la política. La verdad nunca me ha interesado mucho.
- Ya vez, entonces sí te aburro. Esto me pasa frecuentemente. Lo siento. No quiero imponer mi opinión ni dominar la conversación con mis temas. Pero a veces me pasa. Dime por favor cuando sientas que lo haga. No quiero aburrirte.
- Bueno, sí. La verdad a veces he sentido que nuestra conversación es un poco vertical. Tú decides por donde va y como que no me siento consultado. Pero imagino que es porque en algunos temas tienes una postura tan clara, especialmente en lo político.
- De todos modos, no es algo importante. No me molesta que sea así.
- No, no está bien que sea así. Este es un error que he cometido con más frecuencia y no quiero cometerlo contigo.
Me contó que tuvo experiencias que definieron contundentemente algunos de sus juicios de la realidad. Experiencias que fueron difíciles y hasta traumantes, pero de las cuales estaba agradecida, porque sin ellas no hubiese entendido algunas verdades y no habría encontrado los móviles sociales y morales que la guiaban actualmente. Es por eso que en ciertos temas era tan tajante. Eso le creaba problemas en sus relaciones y le molestaba. Por eso a veces tenía que controlarse, para que la otra parte no se sienta agredida, irrespetada. De ninguna manera quería que eso pase entre los dos.
En realidad, su explicación me parecía bastante etérea. No sabía a qué experiencias se refería. Pero si una ley tenía en mis relaciones era no interesarme en el pasado. Los procesos que cada persona vivía eran demasiado complejos como para tratar de entender su comportamiento actual.
Lo importante para mí era que por primera vez discutíamos sobre nuestra relación. A ambos nos interesaba cuidarla. Lo quise hacer explícito.
- Me gusta nuestra relación. La verdad que había echado de menos hablar contigo desde el sábado y me entusiasma que nos volveremos a ver este viernes.
- Qué bueno, porque yo siento lo mismo.
Recordamos la hora y lugar de nuestro encuentro del viernes y nos despedimos.
El viernes desde temprano estuve pensando en el almuerzo. Decidí que esa salida era una buena oportunidad para dar el primer paso. Es decir, hacer contacto físico. Ambos sabíamos que nos gustábamos. Entonces, el momento oportuno para empezar.
Me dio tiempo para ir al Trader Joe’s y hacer algunas compras para el desayuno. La semana libre me había caído muy bien. Estuve siguiendo las noticias de la convención. También pude ir al gimnasio y completar algunos trámites pendientes. Y, lo más importante, tuve tiempo para hacer nada y relajarme.
Al mediodía me bañe y me aliste para el almuerzo con Marta.
Nos encontramos a la salida de una estación del metro en el centro de la ciudad. Realmente la seguridad era impresionante. Habían policías por todos lados.
Marta venia con su mochila de la universidad y no estaba tan arreglada como la vez pasada. De hecho se le veía trajinada, como que había tenido un día de mucho trabajo. Fuimos caminando al sitio chino y durante la comida ella no habló mucho. Al final, me pidió que la acompañe a la casa de un amigo a recoger unos libros.
Saliendo del restaurante fuimos a pie a casa de su amigo.
La esperé afuera, sentado en las escaleras del edificio. Pensé que no necesitaría mucho tiempo pero demoró como quince minutos. Estaba ansioso. Habíamos quedado en ir a caminar al Boston Common y pensaba que allí podría dar el primer paso.
Al salir me pidió disculpas por la demora.
Pude alcanzar a ver a su amigo mientras se despedían. Era el mismo que la acompañaba la noche que nos conocimos en Manray: Adolfo.
Traía otra mochila y me pidió por favor que la cargue. Eran los libros que le había prestado a Adolfo y que ahora se los devolvía. Tomé la mochila y nos fuimos con dirección al Boston Common.
En el camino sentí que Marta estaba un poco inquieta. O al menos su semblante lucía menos risueño que de costumbre. Tal vez, al igual que yo, había pensado en la conversación por teléfono que tuvimos y decidido ir al parque para acercarnos más.
De pronto me di cuenta que llevaba puesta la misma ropa que en la noche que la conocí. La misma camisa a cuadros y pantalones jean. De alguna manera ahora la hacían ver diferente a aquella noche. Le daban un look guerrero, rough, como austero. Me gustaba.
Al llegar al parque estuvimos caminando hasta encontrar una banca. Nos ubicamos cerca del centro del parque. Felizmente no había mucha gente en el Boston Common. Eso sí, bastante seguridad.
Pensaba en la manera de romper el hielo. Hace mucho que no me encontraba en una situación similar y me sentía un poco como un quinceañero, buscando el momento oportuno para abrazarla y darle un beso.
Ahora Marta estaba evidentemente nerviosa.
- ¿Me puedes esperar un momento? Quiero comprar cigarrillos – me preguntó.
- Claro, no te preocupes. Aquí te espero.
La situación me hizo retroceder unos veinte años. Éramos, realmente, dos adolescentes nerviosos.
Marta estaba tardando. Mientras la esperaba trataba de entretenerme con los pájaros que abundaban en el parque. Además observaba a los policías y alucinaba con la paranoia que había invadido a Estados Unidos desde el once de setiembre.
Había pasado un buen rato y Marta no regresaba. Comencé a preocuparme.
De pronto escucho una voz en español que resonaba en todo el parque. Era Marta con un auricular. Estaba a pocos metros de distancia.
- Viva el presidente Gonzalo, jefe del partido y la revolución. Viva el marxismo-leninismo-maoísmo, pensamiento Gonzalo. Viva el Partido Comunista del Perú - gritaba.
Rápidamente la vi sacar una botella de su mochila y lanzarla hacia el jardín. Era una molotov.
Yo estaba tieso en la banca. No podía creer lo que estaba viendo. Marta había cometido un gran error. Pensaba que en instantes se oirían los disparos de la policía y la vería caer muerta.
No era posible. Yo la quería. Era la mujer que había estado esperando.
Me levanté y nos acercamos el uno al otro. Me miró con esos ojos tiernos, que me decían que me quería.
Me tomo en sus brazos. Mientras, la policía se acercaba hacia nosotros.
- Un paso más y le vuelo la cabeza – grito Marta. Mientras me tomaba violentamente por el cuello con un brazo y con el otro me apuntaba con un revólver.
Un gran número de policías nos apuntaban.
- Hay una bomba en su mochila y otra escondida en la estación central - grito Marta.
Volteó a verme. Ahora me miraba con esos ojos azorados.
4 comentarios:
Nooooooooooooooooooooo..........
terruca??!!!
Pepe
Me ha encantado,una excelente creacion,muy bien narrada con muy buena imaginacion.
Nada que ver con lo que yo estaba pensando.Realmente muy buena.
Lidia
¿Con esos OJOS ACHORADOS, no habrás querido decir?
Es una broma.
Muy buen ritmo, final sorprendente.
Última frase muy buena. La palabra final mejor aún.
HjV
Hola! gracias por la visita. que bueno que les gusto. asi que ojos achorados no? si, creo que hubiese quedado mejor, jeje.
espero poner mas historietas en el blog en los proxs dias.
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