jueves, septiembre 28, 2006

Adressat Unbekannt (Dirección desconocida)



En “Adressat Unbekannt” Kressmann Taylor presenta la correspondencia entre Max y Martin durante los años 1932-1934. O como una vez escuche decir a un colega bien político de mi trabajo en Lima refiriéndose a las cartas que se habían cruzado cierto funcionario público con el ministro: el intercambio epistolar. Me pareció super clásico, todos nos reimos mucho sobre eso. Pero en fin. Sobre el libro.

Max y Martin son alemanes y vivieron una temporada juntos en San Francisco, donde abrieron una galeria de arte. Luego Martin regresó con su familia a Alemania y se instaló en Munich. Desde allí trabajaba para el gobierno y coordinaba con Max las operaciones de la Galería. Max era un buen amigo de Martin, su esposa e hijos mientras ellos vivieron en San Francisco. Pero cuando regresaron a Alemania la cosa cambio.

Las desaveniencias entre Martin y Max comienzan con el surgimiento de la figura política de Hitler. Max es judío y tiene un mal presentimiento sobre el futuro de los judíos en Europa con Hitler. Le pregunta a Martin cuál es su opinión sobre Hitler. Martín piensa que Hitler va a construir una Alemania que va a mostrar “cosas grandes” al mundo. Que finalmente Alemania no tendría que sentirse más castigada y avergonzada por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial ya que Hitler le devolvería el orgullo a la nación. Una mirada que tenían muchos alemanes en esta época. Por eso, aunque la historia de este libro es ficticia, no se aleja mucho de la realidad.

Max no puede creer que Martin realmente apoye a Hitler y a su política antisemita. Piensa que escribe esas cosas por carta por miedo a que se sepa que el mantiene una amistad con un judío. Sin embargo, luego se envían cartas a través de un amigo en común que viajaba de San Francisco a Munich y a Max le queda claro que Martin se ha comido todo el rollo nacionalsocialista. Incluso Martin le dice que la muerte de los judíos sera una pérdida necesaria pero menor para lograr construir una gran nación. Le dice a Max que no debería pensar sólo en si pueblo sino en la grandeza que vendría para Alemania una vez que se haya concretado el proyecto que tenía Hitler.

Max se siente ofendido por las comunicaciones de Martin. Peor cuando se entera a través de contactos en Europa sobre el maltrato a los judíos en Alemania. Entonces la relación amical se deteriora y pasan a tener una relación netamente laboral, es decir, sobre las cuentas de la galería. Sin embargo, en una carta posterior Max le escribe a Martin sobre su hermana, Griselle, que vivía en Viena. Él estaba preocupado porque Griselle había viajado a Berlín con una obra de teatro. Tenía miedo que algo le haya pasado. Especialmente después que le escribió una carta y que se la devolvieron con un sello que decía “Adressat Unbekannt”. Por eso le pidió a Martin que vaya a Berlin a buscarla.

Pensaba que Martin se olvidaría de toda su politiquería al saber que Griselle podía estar en problema. Esto porque ella fue antes novia de Martin y el le guardaba mucho aprecio. De hecho, había sido muy duro para Martin terminar su relación con ella. Sin embargo, Martin le contestó a Max contándole que su hermana estaba muerta, que había sido asesinada por las SA en frente de él. Ella había tenido problemas en Berlín y viajó a Munich a buscar a Martin. Martin la entregó a las SA. Martin le comunicó los detalles de la muerte de su hermana como haciendo el papel de mensajero de Hitler, es decir, en unos términos muy nazis.

Max quedó choqueado con la respuesta de Martin y en adelante sólo le escribió cartas a Martin que parecían en código. Siempre con números, nombres de pintores, con poco sentido. Entonces la gente del gobierno que leía las comunicaciones comienza a pensar que Martin está apoyando a los judíos y comienzan a investigarlo. Martín entra en pánico y le ruega a Max que deje de escribir esas cartas o que de otro modo a él lo podían matar. Max sigue hasta que la última carta se la regresan con el sello “Adressat Unbekannt”. Este es el final del libro.

Sería interesante saber que hubiera escrito un tipo como Martin luego de la caída de Hitler. Tengo la impresión que esta gente ha vivido tantas transformaciónes que algunos, ahora en su vejez, viven en un estado de confusión total. Por ejemplo, un Martin en Berlin en los últimos 70 años ha visto como han destruido su ciudad, luego la han reconstruido, luego la partieron en dos y le pusieron un sistema de organización a un lado y otro al otro, luego la volvieron a unificar, luego salieron todos como locos a las calles y ahora está llena de inmigrantes y distintas formas de expresión por todos lados.

Hoy un anciano que se asoma por el parque ve gente de tantos colores: los turcos con sus tes y sus mujeres tapadas, los berlineses haciendo una manifestación de izquierda y discutiendo sobre integración, los africanos fumando hierba y un par de latinos recogiendo botellas en la calle. No es para menos que el anciano va a estar un poco confundido después de todo lo que ha visto. Es más, algunas personas me han comentado que por acá hay un problema de negación de la realidad entre los ancianos. Algunos viven un poco como en el limbo. No entienden nada de los que pasa.

Lo otro es si la gente que participó en el exterminio judío activamente o con su indiferencia, que son muchos, se sienten culpables. Por lo que escucho, muchos no tenían la menor idea de la magnitud de lo que estaba sucediendo. Por ejemplo, el año pasado estuve en Wannsee, el lugar donde se juntaron las cabezas del gobierno de Hitler y de las SS y decidieron el exterminio de los judíos, a lo que se llamó “La solución final”. Allí nos explicaban lo que se había discutido en el Protocolo Wannsee y era realmente terrible escuchar los detalles. Una anciana que estaba junto con el grupo comenzó a llorar y contó que en esa época ella no tenía ni la menor idea de lo que se estaba planeando. Que solo cuando todo paso se enteró de cuanta gente había muerto y se sintió avergonzada.

Por cierto, a pesar que millones de judíos fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial, los grupos neo-nazis niegan que hayan habido campos de concentración y asesinato masivo de judíos. Por eso, el Protocolo de Wannsee es importante: porque es una prueba documentada de que si se planeó y con detalles técnicos la construcción de campos de concentración y el exterminio de los judíos. Los neo-nazis han tratado de negar esta realidad. Por ejemplo, hace unos años pusieron una bomba a un campo de concentración, Sachsenhausen, al norte de la ciudad de Berlin. La intención es pues borrarlo de la memoria.

miércoles, septiembre 20, 2006

Berlín, capital de Europa



Por Mario Vargas Llossa
El País, 1998

I - Las tribus de Berlín



Fui a uno de los cinemas de la Kurfürstendamm, y, al salir, me metí a comer un sandwich al primer café que encontré abierto. Segundos después, un muchacho desconocido, en las manos una bandeja con una hamburguesa y una Coca Cola, vino a sentarse a mi lado. Un compatriota. Llevaba ya tres años en Berlín y, con una franqueza que, al principio, me divirtió pero terminó por alarmarme, me contó su vida. Cuando le pregunté qué hacía, me repuso, sin la menor vacilación:
-Hasta hace poco, robar carros. -Como atenuante, precisó-: Todos los patas de la banda eran sudamericanos, doctor.
Era un ilegal. Había venido a Alemania como turista, cuando los peruanos no requerían visa, y se quedó. Gracias a la fraternidad latinoamericana ("Usted no se imagina la cantidad de peruanos, colombianos, nicaragüenses, ecuatorianos, bolivianos, que viven aquí. Nos llevamos como hermanos") encontró ese negocio automovilístico que le había permitido vivir y mandar mensualidades a su mujer, allá en Ayacucho. ¿Por qué lo había dejado si le iba tan bien?
-Porque los patas decidieron pasar a cosas mayores y a mí me olió mal.
Así que me abrí. Pero, tuve mucha suerte. Encontré trabajo en una pizzería, por Prenzlauer Berg. El dueño es un padre para nosotros, le juro.

¿Cuántos eran "ellos"? Seis, dos legales y cuatro ilegales, todos sudamericanos. El paternal propietario no sólo les daba empleo, pese a su falta de papeles; también, un techo bajo el cual dormir, en camas camarote, en el desván de su propio domicilio. Mi compatriota estaba encantado en Berlín, una ciudad, me aseguró al despedirnos, "que es una mina para quien no le hace ascos al chambeo (trabajo)". Una opinión muy optimista, por cierto, si se tiene en cuenta que el número oficial de parados en Alemania raspa los cuatro millones de habitantes.

No sé cuántos latinoamericanos hay en Berlín, pero deben ser muchos cientos, acaso millares, y estoy seguro de que serán cada día más, porque la futura capital de Alemania se ha convertido en un imán para gente de medio mundo. He vivido dos temporadas en ella, cada una de ocho meses, la primera en 1992 y la segunda en 1998, y en esos seis años la ciudad se ha vuelto una gigantesca urbe en proceso de radical transformación social, urbanística y arquitectónica. Acaso el cambio más notable sea la nueva Torre de Babel en que está mudando, con múltiples comunidades coexistiendo en ella, independientes una de la otra, que han encontrado aquí cobijo y pasado a ser parte del nuevo paisaje berlinés. Pocos saben, por ejemplo, que la comunidad judía de la ciudad -había unos ciento setenta mil en 1933, de los cuales fueron exterminados o expulsados por los nazis más de cincuenta mil- ha ido creciendo de manera paulatina en los últimos años, hasta alcanzar en la actualidad la cifra de unos doce mil. La prostitución, por ejemplo, es ahora, o poco menos, monopolio de rusas y ucranianas, que, abaratando las tarifas, han mandado al paro a muchas profesionales nativas.

La más antigua, numerosa y arraigada de estas comunidades es la turca, desde luego, y para hacerse una idea de la fuerza de su presencia, basta darse una vuelta, los sábados por la mañana, por el dédalo multicolor y abigarrado, lleno de aromas exóticos, del mercado de Kreuzberg. Este barrio fue famoso, en los años sesenta, por sus artistas, sus revolucionarios y sus comunas de vida alternativa. Su cercanía al muro de la vergüenza hizo que los precios de la propiedad fueran allí muy bajos, por lo que se llenó de estudiantes menesterosos, de ácratas, bohemios y turcos. Todavía en 1992 Kreuzberg conservaba esta aureola de Corte de los Milagros berlinesa, y no había sitio mejor, para ir a cine-clubs a ver películas en versión original, exposiciones o teatros de vanguardia, mítines políticos radicales (sus muros lucían carteles de propaganda de ETA, Sendero Luminoso y Mao Zedong), o degustar dolma, humus, kebab y otros turkish delights, de este barrio. Pero, la caída del muro y la reunificación de la ciudad, lo han recolocado, trasladándolo de la periferia al centro de la futura capital de Alemania. El valor de las casas subió en espiral. Ya los yuppies comienzan a sentar sus reales en Kreuzberg y probablemente en unos cuantos años será un próspero y anodino barrio burgués, sin rastros de su pasado inconformista, multirracial y multicultural.

Hablar de los turcos de Berlín es una generalización que desnaturaliza la realidad. Hay turcos recién inmigrados y turcos que son berlineses de segunda o tercera generación y que (aunque se les niegue el derecho a la nacionalidad alemana) no conocen otra lengua, ni otra sociedad ni otra vida que las de Alemania. Entre toda la diversidad turca de Berlín, una minoría de la minoría nítidamente diferenciada es la de los kurdos, concentrados en los alrededores de una calle de Kreuzberg famosa por sus ropavejeros: Bergmannstrasse. Allí vivió su pesadillesca historia la cubana María, mi compañera de penurias con la gramática alemana.

Muy jovencita, tuvo la suerte, en su Cuba natal, de ganarse una beca para estudiar cine en Moscú. Aprendió el ruso, aprobó todos los cursos en el instituto moscovita de cinematografía y estaba haciendo ya sus prácticas de fin de carrera, cuando conoció a un muchacho kurdo de Berlín, becado también en Rusia. Los tempestuosos amores de la pareja produjeron primero un niño y, luego, un matrimonio, que revolucionaría la vida de María. El kurdo se la trajo a Berlín y la sepultó (no es metáfora) en un departamentito de dos cuartos, en un edificio ruinoso de Kreuzberg, que ella me mostró, donde sólo vivían familias kurdas. Hasta llegar a Berlín, su marido le había parecido occidentalizado y moderno. En Berlín, María descubrió que ése era un disfraz, bajo el cual se agazapaba un déspota primitivo y medieval. Quedó prohibida de salir a la calle y de tener amigas o buscar trabajo. Debió vestirse velada de pies a cabeza, como musulmana integrista, y dedicar toda su energía a cuidar a su hijo y servir a su amo y señor. Éste, que, cuando salía, la dejaba encerrada bajo llave, le solía dar unas soberbias palizas, una de las cuales, por suerte para ella, la mandó al hospital.

Allí conoció a otra paciente, una sirvienta polaca, que también hablaba ruso (María, entonces, no sabía una palabra de alemán). Le contó su historia y le pidió consejo. La polaca fue su ángel de la guarda. La ayudó a planear una fuga -que tuvo contornos cinematográficos- a una Frauen Haus, especializada en casos como el suyo, y, luego, a llevar a los tribunales al cónyuge brutal. Éste pasó por el calabozo y debió, luego, además de conceder el divorcio a María, pasarle una pensión a su hijo. "Nadie se imaginaría, dice, señalando los lóbregos edificios de la Bergmannstrasse, que, ahí dentro, en el corazón de una ciudad tan moderna, vivan centenares de mujeres en condiciones tan horrendas como en Arabia Saudita o Sudán".

Ahora, mi amiga María es vecina de Kreuzberg, trabaja activamente con las mujeres kurdas del barrio, animándolas a resistir la violencia de que son víctimas, y se ha convertido en una berlinesa integral. Conoce la ciudad como la palma de su mano y no hay mejor cicerone que ella para visitar sus museos y sus antros, sus curiosidades y extravagancias, conocer sus secretos o simplemente pasear por sus parques y sus barrios, tomándole el pulso a este organismo en plena metástasis urbanística que es Berlín.

Al forastero que llega a la ciudad, lo reciben con una afirmación que oirá mil veces, por doquier: "Aunque en 1989 fue derribado y han quedado de él sólo unos pocos metros, para que lo fotografíen los turistas, el Muro sigue existiendo, más sólido y hostil que antes, en la mente y el corazón de todos los berlineses, los Ossies y los Wessies". Se trata de una convicción tan arraigada que pasarán muchos años antes de que se desvanezca, y es probable que sobreviva, como mito o estereotipo, mucho después de desaparecida la realidad que la generó. Ésta es muy simple: la pacífica rebelión de los alemanes orientales de 1989, que echó abajo el Muro y desencadenó con fuerza irreversible la democratización de la estalinizada República Democrática y su reunificación con Alemania Occidental, despertó expectativas de prosperidad y fraternidad que no se han cumplido. La desilusión ha venido acompañada de un sordo rencor por parte de los orientales, cuyos niveles de vida están por debajo de los de los occidentales -en Alemania Oriental el desempleo es mayor y los salarios son más bajos- y de irritación por parte de los occidentales, que deben pagar mayores impuestos debido a los altísimos costos que ha significado la reunificación, esfuerzo que no reconocen aquellos hermanos malagradecidos.

Algo de esto ocurre, desde luego, pero tengo la impresión (no hay manera de probarlo con estadísticas) que se exagera mucho al respecto, y, sobre todo, que aquella tensión y distanciamiento entre ambas comunidades son en Berlín menos evidentes que en otras partes de Alemania. El trasiego de gentes entre el Este y el Oeste de la ciudad es intenso. Prenzlauer Berg, en el corazón de Berlín Oriental, es ahora lo que era Kreuzberg antes: el barrio de los jóvenes, de los artistas, de los inconformes, de los extranjeros, y, también, de los más animados Kneipen de la ciudad.

Entre 1992 y 1998, la transformación de Berlín Oriental ha sido formidable, y no sólo por el esfuerzo de rescate y restauración de muchos de sus viejos edificios que está en marcha; sobre todo, porque entre sus calles ruinosas y los desvencijados inmuebles y sórdidos traspatios hormiguea ahora una riquísima vida cultural y nocturna, restallante de juventud y de dinamismo, que a mí me ha recordado mucho la del París de finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. En todas las manzanas -muchas de ellas desventradas- que van de la Puerta de Brandeburgo a Alexander Platz han surgido -a veces en garajes, sótanos o apartamentos descalabrados-, teatros experimentales, talleres, clubs de jazz, cinemas de arte, cafés, peñas literarias, centros de debate político, salas de exposiciones, donde se oyen todos los idiomas, se divisan todas las razas, se discuten todos los temas y donde el parroquiano tiene la emulsionante sensación de estar en el centro del mundo. Desde mis primeros años parisinos, a fines de los años cincuenta, no había vuelto a sentir nada parecido, en ninguna ciudad del mundo.

Pero, no sólo por esa melancólica sensación me atrevo a profetizar que Berlín sucederá a París probablemente en los años venideros como la capital espiritual de Europa. No hay razón alguna para levantar las cejas: ese Berlín será, sin duda, más europeo que prusiano, cosmopolita, multicultural, y -pese a lo que digan los apocalípticos agoreros- democrático. Lo es ya, en buena parte, y no creo que sirvan para desmentir esta evidencia las fotografías de las bandas de los rapados rufiancillos neonazis del NDP (Partido Nacional Democrático) y grupúsculos similares pintando cruces gamadas en la reconstruida sinagoga o tratando de quemar un asilo de inmigrantes. Esas siniestras minorías existen, desde luego, pero -las estadísticas electorales son flagrantes-, en Berlín carecen de representatividad, pues la inmensa mayoría del electorado respalda a los partidos democráticos, aunque, es cierto, el edulcorado partido comunista (bajo las siglas PDS, Partido Socialista Democrático), cuenta con un número de votos más elevado que en otros lugares del país.

II - La ciudad de Todos



La reconstrucción y mudanza de Berlín en una ciudad del siglo XXI es la empresa arquitectónica y urbanística más ambiciosa que recuerde la historia, desde la construcción de las pirámides, por lo menos. Pero, atención, ha sido concebida de tal modo que no sea una hazaña alemana, sino internacional, y, principalmente, europea. El próximo año, el Bundestag o Parlamento se trasladará a Berlín, al viejo edificio del Reichtag, remozado y tocado con una gigantesca y audaz cúpula de vidrio que ha diseñado el arquitecto británico Sir Norman Foster. El antiguo centro de la ciudad, Potsdamer Platz, cuyo frenético trajín de cafés, teatros, edificios públicos y pintoresca fauna, durante los años veinte, inmortalizaron los dibujos y caricaturas de Georg Grosz, está siendo levantado desde la nada en que lo convirtieron los bombardeos aliados (la excepción: una doble hilera de tilos en la Potsdamer Strasse, única reminiscencia del pasado, según un ambicioso proyecto que coordina el italiano Renzo Piano, y en el que participa un abanico de arquitectos: el español José Rafael Moneo, el japonés Arata Izozaki, el inglés Richard Rogers, además de los alemanes Kristoph Kohlbecker, Ulrika Lauber, Wolfran Wöhr y Hans Kollhoff. Pero, este corazón del nuevo Berlín es cosmopolita también en otro sentido: los principales conglomerados americanos, europeos y japoneses han financiado sus edificios y alguno de ellos, como la Daimler-Benz -cuyo bello rascacielos, de Renzo Piano, ya funciona-, trasladará aquí su centro de operaciones.

Potsdamer Platz será, a partir del próximo año, el centro cultural y político de la capital alemana. En mis últimos ocho meses berlineses, desde la Biblioteca donde pasaba las tardes, lo he visto ir tomando forma. Reapareció, aumentado, el Hotel Adlon que hizo célebre una novela de Vicky Baum, y empezaron a empinarse y extenderse los nuevos edificios, calles y plazas a un ritmo vertiginoso. La impresión de ciencia-ficción se acentuaba en las noches, cuando las grúas gigantes y las siluetas de los trabajadores, moviéndose bajo los poderosos reflectores, sugerían el decorado y los extras de una superproducción hollywoodense. Cuatro mil trabajadores, de veinticinco nacionalidades se han turnado en las obras, que serán inauguradas la primera semana de octubre. Los cimientos de los edificios están bajo el agua. Como México, Berlín es una laguna. No fue secada para satisfacer a Los Verdes. Pero, para evitarlo, se debió importar a 120 buzos de Rusia y de Holanda, especializados en trabajar, embutidos en escafandras, bajo la nieve.

Hay un simbolismo positivo en el hecho de que el centro del renaciente Berlín, sobre el que pesa la ominosa sombra de haber sido capital del régimen más claustrofóbico y nacionalista (además de sanguinario), sea una creación cosmopolita, sin raíces locales. Aquí, en la Plaza Marlene Dietrich, se halla en pie ya el IMAX, monumento al arte cinematográfico concebido como una gigantesca esfera sobre la que un sistema de reflectores reproduce los movimientos de la Luna. A este complejo de veinticuatro cinemas se trasladará, a partir de 1999, la Berlinale, el Festival de Cine de Berlín.

¿Seguirá siendo tan intensa en el futuro inmediato la vida cultural de Berlín como lo ha sido en estos últimos años? No, si es cierto lo que sostienen algunos pesimistas: que la razón de ser de la abundancia de la oferta cultural berlinesa y la elevada calidad de sus espectáculos -exposiciones, conciertos, conferencias, óperas, obras de teatro- es el régimen de subsidios municipales y federales a la cultura de que ha gozado Alemania, y, más que ninguna otra ciudad, Berlín. Algo que, dadas las circunstancias económicas actuales y las que se avizoran, difícilmente podrá mantenerse. Mi sorpresa al saber que el presupuesto para la cultura con que contaba Berlín en 1998 era de mil millones de dólares fue tan grande como descubrir, en 1992, que la Universidad de Harvard disponía, ese año, de más dinero para actividades académicas que todo el presupuesto de educación en el Perú.

Con mil millones de dólares se puede hacer muchas cosas, desde luego, como mantener funcionando todo el año tres óperas, con montajes de primer nivel. Mis convicciones liberales se sintieron ligeramente amoscadas el día en que supe que, gracias al sistema de subsidios, cada vez que iba a la ópera en Berlín (fui muchas veces) los contribuyentes alemanes pagaban entre doscientos y doscientos veinte dólares de una entrada que a mí me vendían en treinta o cuarenta, pero que, en la realidad, costaba cinco veces más. No es éste el lugar de discutir si es justo el sistema que pone sobre la masa de los contribuyentes la pesada carga de financiar los gustos de las minorías que concurren a los conciertos, las óperas, el ballet y el teatro. El hecho es que en Alemania así se ha hecho hasta ahora, con la anuencia de los electores -el presupuesto para actividades culturales en todo Alemania es de unos once mil millones de dólares anuales- y ése ha sido un factor que sin duda ha incidido en la proliferación de gente joven en las salas de música y, sobre todo en los teatros, algo que yo no he visto en ninguna otra parte. En el Berliner Ensemble, fundado por Bertold Brecht y dirigido, con los mismos presupuestos estéticos que éste hasta 1996 por Heiner Müller, en el Deusches Theatr y en el Volksbühne de Berlín oriental, como en el Schaubühne de la parte occidental, así como en muchos de los llamados teatros comerciales, siempre me maravilló la abundancia de jóvenes, que, la mayoría de las veces, constituían por lo menos la mitad de los espectadores.

Si la explicación es que el precio de las entradas es más bajo que en el resto de Europa, las cosas cambiarán muy pronto, y, me temo, para mal. Berlín se perjudicó de mil maneras con la división de Alemania. Pero se benefició en una: tanto la República Federal como la República Democrática se esforzaron por convertir a "su" Berlín en una vitrina ante el mundo y la niña privilegiada de dicha promoción fue la cultura. La realidad política ha cambiado, la prosperidad económica de que gozó Alemania ya no está garantizada y el mismo consenso que reinaba en apoyo de los millonarios subsidios a las actividades culturales existe ahora para recortarlos.

Que la reunificación de Alemania sea una realidad irreversible no significa que las polémicas que ella desató hayan cesado. Además, otras han surgido a partir de las inesperadas consecuencias de la fusión, como, por ejemplo, el astronómico costo de la reconversión y modernización industrial de la extinta República Democrática, a las que cuatro décadas de estalinismo esterilizaron económicamente de una manera que ni los más desmelenados anticomunistas pudieron jamás imaginar.

Es sabido que Gunther Grass fue una de las aisladas voces opuestas a la reunificación, alegando que ésta entrañaba el peligro de un renacimiento del nacionalismo alemán, y que, por otra parte, sería una absorción de la República Democrática por la República Federal, no una integración equitativa de ambas sociedades, algo que podía tener negativas secuelas en la evolución del país. La primera parte de aquella inquietud no se ha visto justificada por los hechos, a diez años de la caída del Muro de Berlín. Pero, la segunda, en cambio, sí, aunque de una manera que nadie, incluido Gunther Grass, pudo anticipar. La libertad trajo a los alemanes orientales oportunidades que antes desconocían; pero, al mismo tiempo, sacó a ventilarse a la luz pública la putrefacción moral de hechos y conductas que permanecían en la sombra; sus miasmas han contaminado profundamente la vida política y cultural y generado rencores, amarguras y rivalidades de lentísima cicatrización.

A diferencia de lo ocurrido en España, a la caída de la dictadura franquista, o, en Chile, después de Pinochet, la desaparición de la República Democrática Alemana no trajo consigo un borrón y cuenta nueva, una piadosa amnesia para con los responsables y sus cómplices de los grandes crímenes y abusos cometidos durante el régimen totalitario. No porque se desatara una caza de brujas policial contra los antiguos dirigentes comunistas, ni mucho menos. La verdad es que los pocos juicios entablados terminaron con condenas simbólicas o absoluciones. Pero, en cambio, millares de alemanes orientales perdieron sus empleos en la administración, en la diplomacia, en la industria, y, junto con su trabajo, su influencia y su prestigio. Tal vez, el sector más afectado haya sido el intelectual. Las universidades orientales experimentaron reformas radicales -la abolición de los nutridos Departamentos de marxismo-leninismo, por ejemplo- y la remoción de muchos sociólogos, politólogos, editores e investigadores demasiado identificados con el régimen comunista, que fueron reemplazados por antiguos disidentes o intelectuales venidos del Oeste. Las heridas así abiertas están en constante supuración y éste es uno de los temas que, durante mi estancia en Berlín, aprendí a evitar cuando estaba con amigos alemanes, so pena de provocar discusiones violentísimas.

Considerando lo que ocurrió después, es de lamentar que el desplome de la República Democrática Alemana fuera tan súbito que no diera a la Stasi tiempo para quemar esos doscientos kilómetros de expedientes policiales que tenía elaborados sobre los ciudadanos. Desde luego, semejante archivo es una mina de oro para los historiadores y los analistas de los extravíos demenciales en el control de la población a que puede llegar un sistema totalitario. Pero su existencia es, también, un absceso, cuya materia purulenta envenena las relaciones humanas de cientos de millares de personas, pues revela la degradación, las bajezas, los acomodos y las cobardías del hombre común bajo una dictadura. Todo ello crea obstáculos para la convivencia social.

En 1992, Peter Schneider, uno de los escritores que ha escrito con más lucidez (y también más gracia) sobre los problemas de Berlín, me invitó a cenar, para presentarme a un escritor de Berlín oriental. Éste no apareció. Poco antes de mi llegada había llamado a Peter para explicarle que su estado de ánimo no estaba para reuniones sociales. Esa mañana había cedido por fin a la curiosidad de consultar su expediente de la Stasi -algo que el interesado debe hacer personalmente- y así se enteró de que, durante años, el principal informante a la policía sobre sus actividades de disidente había sido su hermano. Sé que hay innumerables casos así; menciono éste porque lo conocí de cerca.

Se trata de un tema sobre el que es muy difícil pronunciarse con objetividad, porque las razones que esgrimen unos y otros suelen tener parecida fuerza persuasiva. Cuando, en 1993, se reveló que Christa Wolf, una escritora que hasta entonces me había parecido respetable, había sido durante tres años -de 1959 a 1962- "colaboradora informal" de la Stasi, a la que había proporcionado información sobre las ideas y posiciones políticas de editores y escritores amigos, me quedé perplejo. ¿Necesitaba hacer eso para sobrevivir? ¿Lo hacía porque creía que era su deber de comunista o cediendo a un chantaje? Los cuarenta y ocho volúmenes de informes que la Stasi acumuló luego sobre ella, cuando empezó a desconfiar de la lealtad de la escritora y a tenerla por una disidente potencial ¿compensaban aquella colaboración abyecta? A muchos amigos alemanes les he oído responder que sí, que un régimen opresivo semejante al de la DDR tiene un irresistible poder corruptor sobre la psicología y la moral de las personas y que éstas no deben ser juzgadas como si hubieran podido decidir libremente sus conductas. Que Christa Wolf hizo entre 1959 y 1962 lo que miles de intelectuales alemanes orientales hicieron, por ingenuidad, por cobardía (tan humana como la ingenuidad) o por el mero reflejo de adaptación a las circunstancias. ¿Tenían la obligación todos de ser héroes?

Pero, a otros, les he oído decir lo opuesto. ¿Y, los que no delataron ni aceptaron ser cómplices? Esos cientos, miles, de intelectuales alemanes orientales que no aparecen como informantes en las resmas caligrafiadas de la Stasi, y que pagaron por ello viviendo en una situación más precaria y más dura que los otros ¿no tienen derecho a criticar a quienes, por una razón o por otra, fueron secretos cómplices de sus perseguidores y victimarios?

Este es un debate que de modo irremediable desciende del intelecto a las vísceras de las personas, si éstas han padecido el problema en carne propia. Por eso, es un debate que sigue abierto y que difícilmente encontrará solución. Es una fuente de desgarramiento que acompañará por mucho tiempo, sin duda, a los intelectuales berlineses de la generación que ha vivido los asombrosos cambios de los diez últimos años. En todo caso, algo positivo se deriva de ello. Y es que la polémica intelectual -sea política, sea cultural- está en el Berlín de nuestros días enraizada en problemas que tienen que ver con los grandes asuntos, con la marcha de la sociedad, el funcionamiento de las instituciones, los valores que regulan el comportamiento de las gentes. Es, seguramente, la vida intelectual menos frívola y menos "especializada" de toda Europa occidental. Todos los escritores alemanes que conocí en Berlín -y los conocí de diversas tendencias- daban por hecho que escribir y fantasear era algo que, de algún modo, podía influir en la forma de vida de las gentes. Que los dioses les conserven mucho tiempo esa bella ilusión.

jueves, septiembre 14, 2006

On Crime



In Dostoyevsky’s “Crime and Punishment” there is discussion about crime between the main character and murderer, Raskolnikov, and the policeman in charge of the old lady’s murder case, Porfiry. The book is fantastic and this dialogue just blew my mind. So I felt like writing it here.

Porfiry: The whole point of his article is that the human race is divided into the “ordinary” and the “extraordinary”. The ordinary must live in obedience and do not have the right to break the law, because, well, because they’re ordinary, you see. The extraordinary, on the other hand, have the right to commit all sorts of crimes and break the law in all sorts of ways precisely because they’re extraordinary. That’s more or less what you wrote, isn’t it, if I’m not mistaken?

Raskolnikov: No, that’s not quiet what I wrote. Actually, I will admit that you’ve given an almost correct account of my idea, even a completely correct one, if you like…The only point of difference is that I don’t at all insist that extraordinary people are in all circumstances unfailingly bound and obliged to commit “all sorts of atrocities”, as you put it. No, all I did was quite simple to allude to the fact that an “extraordinary” person has a right…not an official right, of course, but a private one, to allow his conscience to step across certain…obstacles, and then only if the execution of his idea (which may occasionally be the salvation of all mankind) requires it. You say that my article is obscure; I am prepared to explain it to you, to the best of my ability. I think I may not be mistaken in supposing that that is what you would like me to do; by all means, sir. It is my view that if the discoveries of Kepler and Newton could not on any account, as a result of certain complex factors, have become known to people other than by means of sacrificing the life of one person, the lives of ten, a hundred or even more persons, who were trying to interfere with those discoveries or stand as an obstacle in their path, then Newton would have had the right, and would even have been obliged…to get rid of those ten or a hundred persons, in order to make his discoveries known to all mankind. From this it does not, of course, follow that Newton had the right to kill anyone and everyone he wanted to, or go stealing at the market every day. Furthermore, as I remember it, I went on to develop the idea that all the…well, for example, all the law-makers and guiding spirits of mankind, starting with the most ancient ones, and continuing with the Lycurguses, the Solons, the Mahomets, the Napoleons and so on, were all every one of them criminals, if only by the fact that, in propounding a new law, they were thereby violating an old one that was held in sacred esteem by society and had been inherited from the ancestors; and, of course, they did not shrink from bloodshed, if blood (sometimes entirely innocent and shed in valour for the ancient law) was something that could in any way help them. It is in fact worth noting that the majority of those benefactors and guiding spirits of mankind were particularly fearsome blood-letters. In short, I argued that all people – not only the great, but even those who deviate only marginally from the common rut, that’s to say who are only marginally capable of saying something new, are bound, by their very nature, to be criminals – to a greater or lesser degree, of course…As for my division of people into the ordinary and the extraordinary, I agree that it is somewhat arbitrary, but after all, I don’t insist on precise figures. It’s only my central idea that I place my faith in. That idea consists in the notion that, by the law of their nature, human beings in general may be divided into two categories: a lower one (that of the ordinary), that is to say raw material which serves exclusively to bring into being more like itself, and another group of people who possess a gift or a talent for saying something new, in their own milieu. There are within these categories infinite subdivisions, of course, but the distinguishing features of each are quite clearly marked: the people of the first category, the raw material, that is, are in general conservative by nature, sedate, live lives of obedience and like to be obeyed. In my view, they have a duty to be obedient, as that is their function, and there is really nothing about this that is degrading to them. The second category all break the law, are destroyers, or have a tendency that way, depending on their abilities. The crimes of these people are, of course, relative and multifarious; for the most part what they are demanding, in highly varied forms, is the destruction of the present reality in the name of one that is better. But if such a person finds it necessary, for the sake of his idea, to step over a dead body, over a pool of blood, then he is able within his own conscience to give himself permission to do so – always having regard to the nature of the idea and its dimensions- note that. It’s in this sense alone that I speak in my article or their right to crime.

viernes, septiembre 08, 2006

Burocracia alemana y curiosidades



http://l7.alamy.com/zooms/eb393793604641089fac84858a9ca6cc/berlin-germany-konnopkes-bite-at-the-schoenhauser-allee-d1by0f.jpgPor la mañana fui a la Universidad de Humboldt con la intención de matricularme. Creo que es la vez número 100 que voy a la oficina de Frau Nurck a entregarle los documentos que necesita para poder darme mi matrícula. El tema es que siempre es un desastre. Hay una cola larguísima, esta de vacaciones, de mal humor y me manda a rodar porque me falta un papel, o simplemente te bota porque esta estresada.

La última vez fue así, toqué la puerta de su oficina, me dijo que pase, entré, le dije que quería matricularme y me gritó “ahora no, estoy ocupada, estoy atendiendo otras aplicaciones…cierra, cierra la puerta!!!”. Aumentó otro trauma más en mi vida. Por eso tengo este blog, porque ese tipo de cosas me frustran, me arruinan el día, entonces acá canalizo mis frustraciones, que son muchísimas, jeje. Por eso el nombre, “canaldani”.

Bueno, hoy que estuve por ahí, luego de haber esperado traumado toda la semana este día, pensando que Frau Nurck me iba a pegar, llego y había una colaza. O sea, imposible que me atienda porque sólo trabaja 2 horas (y 3 veces por semana). Entonces me propuse no volverme loco. Pensé, voy a ver cuánto demora en atender a 2 personas. Si demora más de 20 minutos, jamás me atenderá, así que mejor me voy. Y así fue, demoró con sólo una 15 minutos y me fui. Salí a la casa de los abuelos de Dane donde nos habían invitado a comer.

Luego de comer el gulasch con sus abuelos, no sé cómo salió la conversación sobre la post-guerra. Ah sí! La abuela dijo que no le gustaba nunca dejar comida, yo le dije que a mi tampoco, es que odio desperdiciar comida, siempre de alguna manera trato de que se consuma. Aunque en Canadá a veces desperdiciaba comida, ahora sí casi nunca. Pero en fin, ahora de veras nunca queda comida, más bien falta, jeje, no, tampoco, pero con un par de huevos, tomates, lechuga y papas me armo un comidón.

Entonces la abuela contó sobre la post-guerra. Que en esa época estaban muy pobres y no había plata ni para comer. Esto es en 1945, cuando terminó la segunda guerra mundial. No había comida, las ciudades estaban destruidas. Dice que ella tenía que ir a otro pueblo a conseguir papas y luego regresaba caminando con su mochila llena de papas para alimentar a su familia. Es que tiene, como mucha gente anciana de por acá, una historia super dura.

Por ejemplo, de sus amigos casi quedó ninguno, los mataron a todos. Contaba también que ha sido desplazada dos veces de su pueblo. Ella es de un pueblo que ahora está en Polonia pero antes era de Alemania. No sé el nombre pero me interesa conocerlo. De hecho, ha cambiado de nombre un par de veces, por las distintas ocupaciones. Pero contaba que ella fue desplazada primero por los alemanes y luego de la segunda guerra mundial por los rusos. Dos veces tuvo que dejar su hogar sin tener a donde ir. Y esto le pasó a mucha gente.

La segunda vez les dijeron que la frontera había cambiado y que los alemanes se tenían que ir. Ocuparon su casa y hasta la fecha no puede regresar ni menos reclamarla. A la gente que la escuchan hablar alemán le tienen miedo en algunos de esos pueblos porque piensan que van a regresar a reclamar lo que era suyo. Entonces se fue buscando casa y a su familia, todos estaban por todos lados. Luego de la guerra la gente estaba en diferentes lugares, habían dejado de verse por varios años. Ahí es cuando comenzó la época de hambruna.

También me contó que durante y al final de la segunda guerra mundial destruyeron completamente algunas ciudades como Hamburgo, Berlín, Dresden. Pero el caso de Dresden es impresionante. La ciudad la destruyeron en 1 día. Acabaron con todo. No quedó nada. Los hospitales, las iglesias que estaban llenas de gente, los mataron a todos con bombas desde el cielo. Desaparecieron las casas, edificios, sólo quedó polvo.

El abuelo, por su parte, me contó que el perteneció a la juventud nazi. Después de la guerra le quedo una cosa clara: no quería ver nunca más una guerra. Estuvo en la batalla de Stalingrado, cosa que me pareció impresionante. Durante la batalla perdió mucho peso. Los alemanes no tenían alimentos y morían de frío. Llegó a pesar 35 kilos. Parecería un poco loco hablar con un ex nazi, pero muchísimos lo fueron.

El gulash estuvo brutal y luego terminamos la conversación viendo fotos. Unas fotos realmente increíbles. La abuela mostaba emocionada la foto de su casa en este pueblo en Polonia. Una foto antiquísima. Ella no quiere volver porque dice que es muy chocante para ella verlo. Yo quiero darme una vuelta por allá, estoy pensando ir a Polonia a pasar unos días, luego ir a ese pueblo y tomarle una foto a la casa.

Por otro lado, me han rechazado de varios trabajos. Estoy buscando trabajo para este mes y la mitad del que viene. Siempre por internet y trabajos como jardinero, profesor de español, pintando casas, mudanzas, limpieza, y ese tipo de trabajos. Todos me rechazas muy políticamente. Que me falta experiencia, que necesitan a alguien que se compromenta por más de 2 meses, o alguien que haya vivido más tiempo en Berlín. Estaba pensando hacer una especie de collage con las razones que me han dado para rechazarme de trabajos, tal vez luego lo ponga en el blog.

A propósito de un artículo de Guillermo Giacosa, pensaba en lo alucinante que es la memoria. Él recuerda en su niñez flamencos rosados en la casa de su bisabuela. Pero nadie más en su familia recuerda haberlos visto. Entonces él nunca sabrá si los imaginó o si todos lo olvidaron. Me parece loquísimo como la memoria puede hacer trampas. En una pareja, por ejemplo, si ninguno de los dos recuerda dónde fue la primera vez que tiraron, nadie lo sabrá nunca más, salvo que hayan habido espectadores, jeje. Pero también la memoria nos juega de otra forma. Por ejemplo, a veces hay recuerdos que han estado guardados por mucho tiempo y salen de un momento a otro,

A mí me pasó hace poco. Bajaba a sacar mi bicicleta, abrí la puerta del edificio con la llave del candado de la bici en mi mano y dije sin darme cuenta “voy a sacar el carro” con una sonrisa en la cara. Luego de eso me puse super contento sin entender el porqué. Me puse a pensar por qué había dicho eso y me enteré. Resulta que mi papá cuando yo era niño y vivía en Perú (hasta mis 12 años), luego de regresar del trabajo y comer decía a veces “voy a sacar el carro” y yo me ponía super contento porque sabía que ibamos a salir a pasear en auto.

Recuerdo el sonido de las llaves cuando él salía y yo super emocionado. Entonces sin darme cuenta esto estuvo en mi cabeza por más de 15 años y de pronto un día cualquiera acá en Berlín salió de mi cabeza y me alegré como entonces. Alucinante no? De esas cosas que a uno lo dejan tonto. Yo abrí el candado de mi bici, luego me apoye en ella, hice una pausa, me quede disfrutando ese momento, emocionado, con ganas de llorar, en mi mundo. Al final me reí.

Por último y para no tener un final tan dramático, un chiste, jaja. Este es un chiste para latinos que vivieron ilegales en Berlín pero ahora ya viven legales, ya sea por que se casaron en su país, Alemania o sacaron otro tipo de visa. Un poco especifico mi público. Bueno, dice que hay un peruano caminando por Lichtenberg, él acaba de regularizar su situación después de haber vivido varios años de ilegal. Ahora carga con todos sus documentos en su mochila, poco más y se los quiere poner en el pecho, y claro, pasa de todo el mundo. Entonces ve a un policía que está comiendo un Kebab en un Imbiss. Lo mira y le regresa el trauma, se le ponen los pelos de punta, le entra el pánico, pero luego recuerda que está legal y que no tiene por qué asustarse. Entonces decide acercarse al buli. El buli, por su parte, ha tenido una jornada tranquilaza y está haciendo una pausa para comer su kebab y hablar con su colega turco que vende en el imbiss. El peruano se acerca y le mete un empujón que hace que toda la crema del kebab se chorree en su uniforme. Luego le dice "control, control?, están haciendo control?... no me han invitado al control..." mostrándole su pasaporte. Y sigue, "visum o aufenthaltserlaubnis? cuál quieres ver? ... ah?". El buli y su colega lo quedan mirando super extrañados y el pata no para de preguntar si están haciendo control o no. Jajajaj! Siempre pienso en este chiste y me mato de risa, a veces lo hago con algunos colegas.

lunes, septiembre 04, 2006

Noi siamo la Magna Grecia!!!
(Nosotros somos la Grecia Magna)




http://www.crotonenews.com/wp-content/uploads/2015/06/Curva-sud-Crotone.jpgAyer Nico y yo regresamos de Crotone, Italia. Como suele ser con los viajes, volví molido. Me acosté ayer a las 8pm y me desperté hoy a las 12pm. Ahora que me siento, por fin, “acicalado”, me pongo a hacer un recuento de este viaje. Estuvimos un par de días en Frankfurt y alrededor de 10 días en Crotone. La estadía en Frankfurt la puedo poner en un parráfo, no porque haya estado aburrida, sino más bien por lo increíble que estuvo Crotone.

En Frankfurt nos hospedamos en casa de gente de Hospitality Club (hospitalityclub.org). Gente super chevere. Nos recibió Lena y nos mostró la ciudad. La ciudad es medio darky. Junkies de diferentes partes de Europa la han escogido como el lugar para terminar sus vidas. También se ha vuelto un point para soldados norteamericanos que hacen su juerga en el red light district. Nosotros la pasamos de puta madre conversando y cocinando en casa de Lena y haciendo fiesta con Nina, una amiga de Nico que vive por allá. Incluso, luego de una noche de locura, fuimos de madrugada a un drum & bass en una ciudad a hora y media de Frankfurt (en tren y al negro) pero cuando llegamos ya había terminado. Claro, la fiesta en el camino.

De Frankfurt salimos a Roma y luego en bus a Crotone, cerca de la punta de la bota. Llegamos a eso de las 7am y a una temperatura alrededor de 30 grados centígados. Lo primero, descansar. Por la tarde conocí a la familia de Nico: la mamá, el papá, los dos hermanos, y tres primitos que no duermen en la casa pero pasan el día ahí mientras la mamá trabaja. Todos gente super linda y calurosa. Una familia muy clásica del sur de Italia. La mamá se encarga de la casa, todos los días comen juntos con vino en la mesa, la casa es un griterío, los primitos la pasan jugando y viendo tele, los hermanos trabajando y casi no paran en la casa, los padres cada noche van al malecón a encontrarse con amigos y familia para conversar.

De arranque me encantó la dinámica que llevaban y me sentí como en casa. Es decir, confianza total. Por la noche salí con Nico al malecón. Muchísima gente caminando. Como es una ciudad pequeña, la mayoría de gente se conoce. Nico pasaba saludando a un montón de amigos. Muchos también familia, primos, primas. Todos me saludaban calurosamente, como nunca antes me había pasado al llegar a una ciudad. Impresionante. Me preguntaban como era el Perú, la gente, la cultura. Mucho interés en sudamérica. Incluso un tío se me acercó, me abrazo, me dio dos besos y me dijo “el Perú es grande”. Así se presentó conmigo. Yo estaba flipando.

La primera noche me di cuenta que Nico tenía un barrio, todos se juntan en el malecón a tomar cervis, fumar, conversar, joder, rajar. La situación de la familia y el barrio se me hacía muy parecida a mi vida en Perú. Gente calurosa, graciosa, rajona, y todos con sobrenombres o chapas. Un mate de la risa y un humor parecido al mio. Como a mi me encanta la cultura de barrio, la primera noche conocí a todos y la gente me adoptó al toke. Fue una noche increíble. Enseguida algunos de los personajes que conocí, según sus chapas.

Por el parecido con el apellido o nombre: el príncipe (mejor amigo de Nico, además siempre se pone un litro de perfume y le gusta la pitukeada, entonces le queda bien el príncipe), el bomba (se ha vuelto medio monse desde que esta con la novia, lo ha cambiado), el caetano veloso (fanático de futbol, conoce a todos los jugadores de mundiales pasados, hasta de Escocia), Goblin (tiene una tienda de street wear en Crotone, vivió antes en Boston, ya lo había conocido en Berlín), la Coco (aunque tiene como 4 celulares y se compra shorts de 150 euros que tienen un toro dibujado en la parte de atrás, es super buena onda)

Por apariencia física o herencia: el flaco (el dealer del barrio y para fumadísimo), al pacino (tío de nico, de chibolo era choro, un personaje, siempre con el cigarro en la boca y cagándose de risa), petipan (pagnota, hermano de nico, de pequeño era gordito, es super buena onda, estudia teatro y se llama en realidad Andrea), fagiola o frijol (el otro hermano de Nico, medio Rasta, se llama Dario, le pusieron el sobrenombre por herencia, es que a su tío le decían igual)

Por acciones célebres: el chewing gum (se te pega siempre, cuando lo conocí le preguntamos como estaba y no paró de hablar como 1 hora, dificilísimo de esquivarlo), el jeque (dice que tiene mucha plata, se viste bien, pero nunca tiene 1 euro y para gorreando a todos, siempre la gente dice, “uyyy, ahí viene el jeque, ahora que nos pedirá, un cigarro, una cervi”), el padre o prete (estaba estudiando para ser sacerdote pero el príncipe lo malogró y ahora se ha convertido en un demonio)

Entonces los días transcurrían así. Por la noche al bar Colombus a encontrarnos con los colegas. Unas cervis en el bar, saludar a Giussepe, el dueño del bar, que es super buena onda. Luego al malecón, ahí se junta todo el barrio (el barrio se llama la Marina). Un par de cervis más, cigarros, porros. Comienza la conversa interesante. Me hacían muchas preguntas por ser extranjero y conocer otros países. Luego caminar a la casa y a dormir. Despertábamos por la tarde de frente a comer. La mamá de Nico había preparado, como siempre, una comida brutal. A veces pasta al horno, cotoletas, siempre tomate, mozarella. Luego de comer a la playa. El mar Ioneo, bellísimo, verde, transparente y como una piscina. Luego de la playa al malecón a saludar a los colegas. Luego a la casa a hacer tiempo, tomar té con limón helado, un orgasmo gustativo, y a eso de las 12am de nuevo a salir al Colombus. Así todos los días.

Para esto, Crotone es una ciudad conservadora. Los padres no permiten que los hijos tomen, fumen, las chicas deben llegar vírgenes al matrimonio, los hijos viven en casa de los padres, etc. No hablo de adolescentes, incluso cuando tienen 30 años, como la gente con la que paraba, es igual. Entonces, los jóvenes son medio artistas, o sea, campeones en la mentira. Saben quitar olores del auto. Conocen bien los horarios de los padres y saben bien cuándo hacer sus jugadas. Por ejemplo, como los padres salen alas 8pm al malecón y regresan a las 12am, ellos toman en la casa a penas se van y se encuentran con los amigos en el malecón después de las 12am. Luego los que tienen amantes, que son varios, tienen otros trucos. La gente para haciendo jugadas y habla un poco en clave, es loquísimo porque la ciudad es pequeña y todos se conocen. Es un poco Truman Show, es decir, todo es una mentira.

Por la noche la ciudad tiene mucha actividad. Es una ciudad nocturna, al menos en verano. Me dicen que invierno es otra cosa, muy aburrido. O sea, para mi la experiencia fue de puta madre porque fui de visita, pero seguramente vivir ahí es otra cosa. Además para mi fue chevere porque la gente me recordó mis raíces y no lo esperaba. No sólo eso, también el paisaje, la comida, el estadio, la historia, todo increíble. En medio de la ciudad un castillo construído antes que nazca Cristo. También fui con Nico a otras ciudades alrededor, bellisimas igualmente. Siempre el vino, las ruinas, la playa, la artesanía, los paisajes, lo más alucinante.

En realidad es demasiado largo todo lo que pasé en el sur de Italia para contarlo en un blog. Estuvimos también en Soverato, a una hora de Crotone. Ahí nos encontramos con amigos de Nico de la universidad una noche. Luego conocí a una gente al lado de un kiosko de cerveza y conversamos hasta la mañana, sobre viajes, el mundo, etc. La pasamos super bien ahí también. Regresamos de Soverato en el auto escuchando Marley con un solazo. Luego comer y a la playa.

Otra experiencia alucinante fue el estadio. Fui dos veces. Primero fuimos a ver el partido Crotone vs. Torino. Ganó el Crotone. Creo que 2 a 1. Estuve en la barra sur, curva sud. La tifosi increíble. De ahí sale el título de este blog: “Noi siamo la Magna Grecia”. Este es uno de los cánticos de la barra. Es que los griegos se expandieron al sur de Italia, la península, en busca de mejores suelos para su agricultura y a este imperio se le llamó la Magna Grecia. Entonces, cuando vienen equipos del Norte de Italia les gritan “Noi siamo la Magna Grecia!!!”, cosa que me encantó, porque suena super fuerte y roots, tomando en cuenta la rivalidad norte (con plata)-sur (misios) en Italia y la historia del imperio Magno-Griego.

Una breve digresión. Crotone fue fundada más de 700 años antes de Cristo, tenía a los mejores físicos y campeones de Olimpiadas, Pitágoras estableció su escuela matemática en Crotone, se dice también que Odiseo (Ulises en la cultura romana) estuvo perdido 10 años en esta región. Entonces, la barra norte tiembla con este grito. No es para menos. Como se diría en dialecto: compa l'amu scantat (los hemos asustado).

Por cierto, en Crotone se habla dialecto e italiano. El dialecto tiene influencia del español y el griego, debido a que inmigrantes de ambas culturas se establecieron en el pasado en Crotone. Suena bastante fuerte y es diferente al italiano. Aprendí algunas palabras y expresiones en dialecto, de hecho la gente se pone super contenta si les hablas en dialecto. Claro que aprendí las expresiones más sabrosas. A continuación algunas.


Compa (loco, hermano, tío)
Ni ni jamu aru mari (vamos al mar)
Pisciare (mear)
Duv e a putiga compa? (dónde esta la tienda o bodega?)
U mi ni frica nent (me llega, se dice, claro, con la mano saliendo del cuello)
Ca cumann io (aca mando yo)
Compa, u si capiscia nent (no se entiende nada, por ejemplo en un bar)
U mi ni futta na minchia (me llega al pincho)
Piccione (vagina) non ce piccione qui (no hay mujeres aca) a picciunama, a duv e? (dónde están las tías) Sorry la vulgaridad, pero es lo que dice el pueblo.
Mi spezzo di alcoll (me quiebro de alcohol)
A fissa i mammta (conchatumadre, chingatumadre) Lo usa la tifosi, por ejemplo, al arquero del equipo rival le gritan“oi portie a fissa i mammta, eoooo, oi portie a fissa i mammta, eoooo, a fissa i mammta, a fissa i mammta!!!”
Patta e mammta (otra mentada de madre, se utiliza mucho cuando se manjeja y con razón)
Compa, a scupatt? (has follado, tirado?)

Fui también el domingo a un partido contra la Reggina. El Crotone perdió, el arbitro nos robó el partido, jeje. Es que la bola entro al arco, pasó la línea y el árbitro no pitó gol. Luego de lo que ha pasado con la corrupción en el fútbol en Italia ya nadie le cree a los árbitros. En fin. También jugué un partido con colegas en una canchita. Nos ganaron pero metí dos goles, uno rastreadito en el palo del arquero y el otro un cañonazo imparable. Jugué con la camiseta del Crotone. Luego de 10 min quería pedir cambio. Falta físico. Ahora en Berlín voy a hacer dieta y gym. Promesas de vacaciones.

Entonces el viaje estuvo de puta madre. Luego de conocer a la gente del barrio me di cuenta que me quería quedar ahí y no hacer más turismo por Roma, como tenía pensando originalmente. Por que? Porque me mueve el turismo de gente, conocer, hablar, más que nada. Y los barrios me atrapan. Entonces por eso al final decidí no ir a Roma. Además, no soy bueno para visitar museos, ruinas, galerias. O sea, a veces lo hago, pero no es tanto lo mío. Ni siquiera tengo cámara. Nunca la tuve. Pero me traje una super buena vibra de Crotone.

Crotone también me movió un poco el piso o el tapete. Ver a una cultura tan calurosa, la familia, la gente que te mira a los ojos, que se le siente super viva, y yo hace años viviendo en culturas “frías” como Canadá y ahora Alemania, lejos de la familia, por decisión propia, claro, pero da que pensar. Es el dilema de toda la vida: el eterno retorno o la levedad, como lo diría Kundera. Pero no sé, esta medio claro que por ahora lo que busco está acá en Berlín. De cualquier modo, me encantó esta experiencia y para la gentilla, como dice la Tifosi: Grazie Ragazzi!!!